Tribuna: “Los mayores no podemos ni debemos perder lo ganado”, por Trinidad Bernal
El estado de alarma puede reforzar, sin darnos cuenta, una imagen negativa de los mayores.
Las noticias de los últimos meses dan cuenta de la situación dantesca que ha provocado la pandemia en la población en general y en las personas mayores, en particular. Los diferentes titulares nos muestran la imagen de los adultos mayores en esta nueva situación: Las personas mayores pertenecen al grupo de población con mayor riesgo ante el coronavirus; Ancianos: una población vulnerable; Los mayores podrán salir a pasear de 10.00 a 12.00 y de 19.00 a 20.00; Restringir el contacto entre abuelos y nietos por el Covid-19.
A esto hay que añadir numerosos artículos de diferentes profesionales que inciden en la mayor vulnerabilidad de los mayores y que reflejan algunos de los estereotipos que íbamos dejando atrás, trayendo con más fuerza que nunca, los aspectos negativos del envejecimiento. Me ha llamado la atención uno que, aunque pretendía remarcar el valor de los mayores, concluye su argumento con: “… El mayor es un ser humano frágil al que hay que proteger y ayudar a que recorra los últimos metros del camino de la vida.” Y termina diciendo:” … es un ser digno de respeto, que espera con los ojos abiertos la compasión de los que lo asisten y lo atienden…”.
El modelo negativo del envejecimiento ha dominado en las ciencias médico-biológicas y también en las ciencias del comportamiento y en el conocimiento popular de la imagen del mayor. Durante mucho tiempo se ha mantenido la creencia compartida de que el desarrollo biológico y comportamental marchan parejo y que a partir de una determinada edad empieza la vejez, coincidiendo con la jubilación, que conlleva pérdida, declive y deterioro, al igual como lo considera la biología.
Desde este enfoque, el envejecimiento se ha entendido como una involución que tiene el signo contrario a lo que llamamos desarrollo y ha tenido su impacto en la realidad social, influyendo en la imagen del mayor, complicando el panorama de este colectivo al debilitar su seguridad personal y dirigirlos más rápidamente hacia la dependencia. Este modelo negativo de envejecimiento ha incidido en la realidad social, configurando una imagen negativa del Mayor, de persona de menor valía, generadora de desconfianza, creando en los mayores, una progresiva inseguridad. Estos clichés negativos tienen un fuerte poder causal, convirtiéndose en profecías que se cumplen a sí mismas y determinan comportamientos discriminatorios.
En los últimos tiempos, con el cambio generado por la transformación demográfica, se empezó a cuestionar estos estereotipos apoyado por el nuevo enfoque de la gerontopsicología, un enfoque que ha pasado, de estar centrado en los déficits a tener en cuenta múltiples dimensiones de la vida humana en la que influyen los cambios y donde se ha visto, que el aumento de la edad no solo produce deterioro, también hay crecimiento a lo largo de todo el ciclo vital, desde que nacemos hasta que morimos.
En efecto, el ser humano no termina su desarrollo cuando acaba su máxima maduración física y biológica, ni empieza su deterioro cuando termina, en la edad adulta, su etapa laboral, se marchan sus hijos de casa, o cuando ocurre cualquier otra condición. El desarrollo, desde una perspectiva psicológica, dura mientras se sigan produciendo las transacciones entre el organismo biológico y el contexto sociocultural y en ese balance, existen factores que experimentan ganancias y otros experimentan pérdidas.
Los mayores han empezado a tener un lugar importante en nuestra sociedad, se ha revalorizado su imagen y, lo más importante, los propios mayores han empezado a cambiar la percepción de ellos mismos, adquiriendo confianza y seguridad. El envejecimiento es reconocido como un proceso natural que no puede analizarse como si fuera una enfermedad, ni entendido sólo como una pérdida de las capacidades físicas, sino como una etapa más de la vida que incluye un crecimiento personal.
El mundo de la política, las artes, el deporte, la publicidad han destacado esta nueva imagen del mayor revalorizada, empoderada, con control de sus acciones y control emocional. Unas personas que, en definitiva, dirigen su vida, con el consiguiente impacto en un incremento de la autoestima y de la seguridad personal.
Desde hace varios años, la Fundación Atyme también ha promocionado esta imagen positiva de la vejez, impulsando el cambio de paradigma de los mayores en la sociedad, destacando las ganancias que conlleva esta etapa de la vida y propiciando el seguir tomando sus propias decisiones. La campaña de Empoderamiento de los mayores es un ejemplo de esta contribución a considerar al Mayor ciudadano de pleno derecho, como un igual y propiciar esta revalorización de la imagen de los mayores ante la sociedad.
"...las estadísticas pueden llegar a ser tanto o más manipuladoras que las palabras" David Spiegelhalter
Ya estamos en junio de 2020 y la crisis provocada por la pandemia, según Sanidad, arroja la cifra de 27.127 fallecidos en España desde su inicio y son 239.638 los contagiados por coronavirus. Las cifras son aterradora y mezcladas entre estas muertes y contagiados está un alto porcentaje de personas mayores, situando a este colectivo como una población de riesgo.
Cuando se habla de la salud en la población mayor, se hace en términos estadísticos, son los datos cuantitativos los que se manejan más que los cualitativos, ofreciendo datos alarmantes sobre morbilidad, enfermedades, causas de muertes etc. Información que está asociada a los aspectos negativos de la salud en los mayores. Sin embargo, la Salud es algo más que la ausencia de enfermedad, como dice la OMS, es el estado de completo bienestar físico, mental y social.
Estos datos estadísticos han ocasionado un fuerte golpe para la imagen social de los mayores, personas mayores que se han sentido conmocionados por el mensaje repetitivo publicitado, que aconseja a la población a tener cuidado con los mayores porque son un grupo vulnerable y que deben ser evitados y apartados por seguridad. Este mensaje está envuelto en un precioso papel de regalo, el de protegerlos, por su bien, para que no sean infectados, cuando lo que realmente produce el mensaje es despertar el pensamiento de que es más probable que nos infectemos, si estamos con una persona mayor.
La recomendación de llevar precaución con los mayores ha hecho que volvamos a tener su imagen deteriorada, indefensos y con necesidad de ser cuidados, despertando, de nuevo, el sentimiento de preocupación y el impulso de protegerlos con el objetivo, más encaminado a calmar nuestra preocupación, que a ocuparnos en conocer qué quieren y necesitan realmente los mayores.
El confinamiento ha ocasionado desacuerdos entre hermanos sobre cómo abordar el cuidado de los mayores, dividiéndose entre los que siguen fielmente las recomendaciones bien intencionadas del aislamiento y guían a los padres con consejos sobre cómo guardar esas recomendaciones y los que creen que tiene prioridad mantener la relación cotidiana con los padres, saltándose las recomendaciones y pensando que los padres necesitan su protección, sin consultar, unos y otros, lo que sus padres piensan o quieren.
La doble preocupación, (considerarlos grupo de riesgo, del que tenemos que distanciarnos y la condición de vulnerabilidad, necesitados de protección) lleva a los mayores a sentirse parte de un grupo estereotipado negativamente, con la consiguiente sensación de denigración y rechazo social, repercutiendo en su funcionamiento intelectual, en su autoestima al sentirse excluidos y discriminados por los demás.
La verdad, es que el efecto de la pandemia hace que estemos muy preocupados por nuestra salud física. En las cifras de los infectados, de los hospitalizados, de los muertos, de los efectos secundarios de este virus, aparecen los mayores como población más vulnerable. Los efectos en la salud parece que son evidentes y medibles, sin embargo, referirse a la variable edad, como única medida, puede ser un criterio útil, pero no necesariamente exacto, ya que el tiempo de envejecimiento es diferente para cada individuo por la gran variabilidad de elementos que intervienen en este proceso por el que discurre la vida de las personas.
La manera en la que se está tratando los Mayores, en esta pandemia, es miope y las consecuencias en el deterioro de su imagen preocupante porque se les va a volver a discriminar y bajo el paradigma de la protección, se justificará hacer las cosas por su bien, “yo sé lo que es bueno para ti, mayor”, descendiendo la confianza en este colectivo y provocando un sentimiento de inseguridad que les creará indefensión, conduciéndoles más rápidamente hacia la dependencia.
No podemos ni debemos perder lo ganado
(*)Trinidad Bernal Samper, directora de la Fundación ATYME , Doctora en Psicología, experta en mediación, diseñó el primer programa de mediación que se puso en marcha en España en 1990, es autora de varias publicaciones de mediación, compagina su actividad mediadora con la formación e investigación
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