Aspectos a tener en cuenta a la hora de utilizar mis ahorros una vez jubilado: cada persona es diferente
La jubilación es una etapa importante de nuestra vida, a la que cada vez más las personas llegan con una mayor esperanza de vida, mejor salud y ganas de disfrutarla plenamente. Biológicamente “cada vez llegamos más jóvenes a nuestra jubilación”. Veamos cómo afrontar financieramente esta etapa.
Durante la misma nos enfrentamos a distintos cambios y retos, entre ellos los financieros, ya que nuestros ingresos normalmente se reducen como consecuencia de haber dejado de trabajar, siendo inferior la pensión pública que recibimos al salario que recibíamos previamente a la jubilación. Además, habitualmente dispondremos únicamente como fuentes de ingresos la pensión pública y el ahorro que hayamos generado hasta entonces, ya sea a través de productos financieros (fondos, planes de pensiones, cuentas corrientes) o no financieros (inmuebles).
Cada persona es distinta, no debe aplicarse el “café para todos”
No existe una fórmula mágica que pueda aplicarse a todos los jubilados para planificar el rescate del ahorro acumulado hasta la jubilación y las inversiones a realizar durante la misma. Hay tantas formas como tipos de persona y situaciones en las que se encuentran. Además del patrimonio disponible y del nivel de ingresos, se han de tener en cuenta factores objetivos como las circunstancias personales y familiares en que se encuentra cada individuo, además de otros factores subjetivos como su actitud personal hacía la toma de riesgos y otros factores psicológicos. Entre otros influyen los siguientes hechos:- La existencia o no de hijos u otros descendientes a los que se quiera dejar en herencia un patrimonio en el futuro o/y a los que se desee ayudar económicamente, como por ejemplo sufragando estudios, ayudando con proyectos profesionales o a su emancipación.
- La edad de los hijos y su situación de emancipación o dependencia económica, así como si hay otros familiares a cargo a los que cuidar o por lo que se pague a terceros por su cuidado.
- El estado de salud (física y psíquica) con el que llegamos a la jubilación y como va evolucionando durante la misma. Una salud robusta anima el espíritu y la actividad, el consumo y por ende un mayor gasto. Pero también un estado de salud delicado puede requerir cuidados de dependencia y sanitarios, residencias, y otros gastos extra por encima del nivel de protección que el Estado provee.
- El grado de aversión personal al riesgo de cada individuo, ya de por si bajo por disponer de un horizonte de tiempo de vida estimado más corto que durante la etapa activa. Aquí se debe poner en la balanza cuán importante es la tranquilidad económica y la ausencia de sobresaltos sobre nuestros ahorros (que, aunque es mayor cuanto más mayores nos hacemos, es diferente entre personas de igual edad) y cuanto pesa optimizar las inversiones de acuerdo a mi horizonte temporal de vida estimado. Esa aversión personal al riesgo, además de por la edad, vendrá determinada por otros factores, como las experiencias pasadas vividas tanto a nivel financiero como de otra índole, nuestro carácter, nuestra educación, los principios y creencias inculcadas, la influencia tanto a nivel familiar como de nuestro entorno, incluso por nuestra propia herencia genética.