Iniciación al ahorro: Cómo medir el riesgo de una inversión
En una nueva entrega de esta serie, nos acercamos a la medición del riesgo de una inversión a través del popular concepto de volatilidad
Hacer crecer el ahorro. Éste es posiblemente el principal objetivo de los ahorradores, que en función de sus necesidades y su perfil de riesgo tratarán de obtener una mayor rentabilidad o bien, como en el caso de los inversores más conservadores, intentar preservar el ahorro de los efectos de la inflación.
En el ámbito de la inversión hay dos importantes variables a manejar, que además no pueden entenderse por separado: La rentabilidad y el riesgo. Toda rentabilidad por encima de lo que se conoce como activo libre de riesgo implica la asunción de un cierto nivel de riesgo. Además, en el entorno actual de tipos de interés reales negativos, esta situación se hace más acusada: Rentabilizar el ahorro implica asumir riesgos.
A este respecto, los inversores cometen frecuentemente un error, pues establecen la rentabilidad que quieren lograr y tratan de minimizar el riesgo asumido, cuando lo que se debería hacer es determinar el riesgo máximo al que nos podemos enfrentar en función de nuestras circunstancias personales y perfil de riesgo y a partir de ahí tratar de maximizar la rentabilidad.
La rentabilidad sabemos medirla, como cociente entre el beneficio y la cantidad invertida. Así decimos que hemos obtenido una rentabilidad del 5% cuando hemos ganado 5 euros por cada 100 euros invertidos. Sin embargo, ¿cómo medimos el riesgo?
La volatilidad, una buena aproximación al riesgo
Una medida del riesgo comúnmente aceptada es la volatilidad. Si ante una inversión tenemos una perspectiva de rentabilidad, que podríamos llamar rentabilidad media esperada, parece indicativa una medida que nos diga la posible variabilidad sobre esa rentabilidad, tanto al alza como a la baja. Es decir, cuánto se puede desviar el resultado de mi inversión sobre esa rentabilidad media esperada.
Cuánto nos alejamos de una rentabilidad media: una aproximación al riesgo La volatilidad calculada en base a datos históricos coincide con una medida estadística denominada desviación estándar, que mide el grado de dispersión de la rentabilidad diaria respecto a la rentabilidad promedio en ese periodo.
Los activos de los que se espera una mayor rentabilidad, como acciones, fondos de inversión o planes de pensiones de renta variable, o instrumentos derivados tendrán una volatilidad más alta y por tanto un riesgo más elevado.
Por el contrario, los activos más conservadores, como títulos y fondos o planes de pensiones de renta fija tendrán una volatilidad más reducida y por tanto un menor nivel de riesgo.
Esto se ve muy bien a nivel gráfico. En el siguiente ejemplo a título meramente ilustrativo, distinguimos dos inversiones:
La inversión A tiene un mayor grado de dispersión respecto a lo que sería un comportamiento medio. Su volatilidad es mayor, lo que implica que puede ofrecer rentabilidades notablemente superiores pero también pérdidas remarcables.
La inversión B, con una menor volatilidad y que correspondería a un activo más conservador, ofrece un comportamiento mucho menos variable respecto a su rentabilidad media. Con este activo estaríamos asumiendo un menor nivel de riesgo.
Dos cuestiones a tener en cuenta:
- Conviene poner la volatilidad en perspectiva con activos equivalentes. Si estamos valorando, por ejemplo, la volatilidad de un fondo de inversión de una categoría determinada, es importante conocer cuál es la volatilidad media de la misma para ver el comportamiento relativo del fondo.
- La volatilidad se mide habitualmente en base a datos históricos. Cuanto mayor es la serie de datos tomada, más sólida será la medida resultante. En todo caso es muy importante recordar siempre que comportamientos pasados no son garantía en ningún momento de comportamientos futuros.